Lugo: los límites de la centroizquierda
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de la devastación provocada por argentinos y brasileños en la guerra de la Triple Alianza , sobre las
ruinas del país el general Caballero (héroe de guerra transformado en líder de
los latifundistas) fundó a fines del s. XIX la Asociación Nacional
Republicana, más conocida como el Partido Colorado, ligado a terratenientes
brasileños. Los liberales (representantes locales de la burguesía porteña)
fundaron poco después su propio partido, que se conserva en la actualidad como
Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA, o los Azules). Salvo 18 meses de
revolución nacionalista entre 1936 y 1937, toda la historia paraguaya entre
1870 y 2008 se encuentra dirigida por personajes de uno u otro sector.
Si
el partido Colorado no tiene inconvenientes en ser reconocido como
representante de los contrabandistas y narcotraficantes (la “narcodemocracia”),
los liberales tampoco ofrecen alternativas, ya que su objetivo es acomodarse
con dichos sectores y sus poderosos sobornos una vez instalados en el poder. Y
la izquierda partidaria, salvo excepciones, nunca fue lo suficientemente fuerte
y representativa como para pelearle a estas dos fuerzas tradicionales.
Irrumpió un
obispo en la historia.
El
gran mérito del ex obispo Lugo fue el de transformarse en un candidato creíble
para los enormes sectores postergados de la sociedad: campesinos minifundistas,
campesinos sin tierra, “microempresarios” (eufemismo para definir a los
vendedores ambulantes y de mercados populares), etc. La clase obrera como tal
es muy pequeña en el país y no tiene hasta el momento una representatividad
numérica que la haga importante en el panorama social, ni los partidos
autodefinidos como de izquierda se hallan arraigados en ella.
Cuando
Lugo ganó la presidencia provocó el escozor de las clases dominantes, ante su
temor a reformas agrarias o legalización de ocupaciones de tierras, en
especial. Pero el nuevo presidente fue calmando los miedos de los poderosos,
nada de eso ocurrió. Incluso fue el mismo presidente quien, en un error
político que terminó pagando con su destitución, frenó la ola de movilizaciones
populares que se estaba generando debido a la esperanza en su persona.
Aparecieron entonces numerosas organizaciones sociales y políticas (agrupadas
en el Frente Guasu), pero divorciadas de las verdaderas demandas de la
población, y dentro de ella, específicamente del campesinado, que es la clase
más dinámica en la lucha social.
Cocinando la
destitución.
Desde
el Parlamento y el Poder Judicial, los sectores azules y colorados controlaban
cada paso del presidente y de acuerdo a eso –según lógicas propias- iban
midiendo cuánto aire se le podía dar. Ya en una fecha tan lejana como el verano
de 2010 se habían sucedido varias reuniones entre el vicepresidente (del PLRA),
varios parlamentarios de su partido y la embajadora de los EEUU. Pero debido al
rumbo cada vez más titubeante del gobierno, la diplomática les conminó a no
hacerle juicio político. En la geopolítica yanqui, era una pieza importante en
la “marea Rosa” (junto al Frente Amplio uruguayo y al PT brasileño, con Lula y
Dilma), frente a la “marea Roja” que representa para ellos el eje
Ecuador-Venezuela-Bolivia.
Ya
muchas veces hemos analizado desde Sendas Guevaristas la debilidad que
representa para un gobierno que se pretende considerar progresista la falta de
apoyo popular masivo, y en las calles para defender cada pequeño triunfo frente
a los poderosos: en el caso paraguayo, la narcoburguesía y los terratenientes
sojeros, aliados a los funcionarios colorados y liberales. Si bien el gobierno
no afectaba en lo más mínimo dichos intereses, la aparición del Ejército del Pueblo
Paraguayo (EPP) que colaboró activamente en la recuperación de tierras para las
familias campesinas, puso el grito en el cielo para los parlamentarios. Ya
había sido aprobada previamente una ley Antiterrorista casi calcada a la
nuestra y autorizada la presencia de soldados estadounidenses en varias bases,
pero a eso se le agregó el Estado de Excepción a departamentos del Norte y el
envío de gran cantidad de efectivos militares a los mismos. Y hubo algunas
ocupaciones de tierras, siempre reprimidas por la policía. Precisamente una de
ellas (en campos de un dirigente político colorado) ocasionó 17 muertos entre
campesinos y policías. A pesar de que Lugo no sólo ordenó el operativo, sino
que confirmó que seguiría reprimiendo en caso de repetirse, la excusa era
perfecta para que la corporación narcopolítica lo volteara. El final de la
historia es conocido: juicio político, en el cual uno de los cargos fue el de
permitir el quebrantamiento de la propiedad privada, otro fue el de colaborar
con la guerrilla; y una destitución aprobada casi por unanimidad, incluso por
el PLRA, supuesto aliado del presidente.
Demás
está decir que Lugo no ayudó en nada a la guerrilla, a la que ordenó reprimir
enviando para ello a las Fuerzas Armadas. Y también, que si realmente hubiese
cumplido con su promesa electoral de realizar una reforma agraria, sí hubiese
tenido el respaldo masivo de la clase mayoritaria, el campesinado minifundista
y el campesinado sin tierra. Y entonces sí se hubiera podido poner en duda el
eterno dominio de la mafia que se roba todas las riquezas paraguayas a costa de
uno de los pueblos más pobres de América Latina. Queda repetida una antigua
lección: la socialdemocracia fracasará si no se instala de la mano del apoyo
popular, cosa que suele no hacer por miedo a ir más allá de lo “políticamente
correcto”. Mientras, habrá que esperar que las fuerzas revolucionarias logren
soportar el embate fascista que se está llevando a cabo sobre los sectores más
lúcidos de los movimientos agrarios, y puedan ir organizando un proyecto de
abajo hacia arriba, no uno como el que acaba de demostrar lo corto de sus
límites.
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