En este último mes y medio vivimos una explosión
popular que podríamos llamar de patriotismo o patrioterismo, según desde donde
se lo mire. Primero fueron varios días de Argentinidad al Palo para
festejar el famoso bicentenario de la Revolución de Mayo, luego y sin
respiro se nos vino encima la pasión mundialista. Y, más allá de los cuatro
goles alemanes que nos devolvieron de un mazazo a la realidad, el 9 de julio es
la frutilla del postre nacional y popular.
Si analizamos todo lo generado alrededor de estos
acontecimientos con estricto apego a la teoría marxista, no podemos menos que
denostar la acción propagandística llevada adelante por el gobierno y sus
voceros, ni la masiva participación del pueblo en los mismos. Es indudable que
este Pan y Circo en versión kirchnerista busca hacernos olvidar de que
sigue habiendo desocupación, contratos-basura, superexplotación, necesidades
básicas insatisfechas, miseria, exclusión, discriminación (pongámonos a pensar
por ejemplo qué preocupaciones rondarían por la cabeza de los hermanos tobas del
centro y oeste de Chaco mientras en plaza San Martín festejábamos los goles
contra Grecia o sufríamos cada contraataque alemán…), gatillo fácil (los tres
pibes muertos en Bariloche nos recuerdan que la policía no deja de cumplir sus
tareas aún durante el Mundial). Y tantos males más que “nos afectan a los
argentinos”. No a todos, claro; a la clase trabajadora, más allá de que el
eufemismo quiera hacernos convencer de que el patrón va a sufrir tanto como sus
obreros, o el usurpador de tierras patagónicas tendrá los mismos problemas que
los mapuches a quienes les quita su sustento económico y
espiritual.
Pero más allá de lo evidente que puede resultar lo
retratado en las líneas anteriores, podríamos tratar de ver algunos signos
positivos en toda esta cuestión. En principio, respecto al Bicentenario cabe
preguntarse cuántos de los que participaron con orgullo de los festejos,
recorrieron la muestra y cantaron el himno hubieran hecho lo mismo durante el
apogeo de la pizza con champagne menemista. No hay que confundir las
maniobras de una administración como la actual, que más allá de su discurso
nacional y popular defiende a la burguesía con la misma tenacidad que todos los
gobiernos centrales desde el Directorio en adelante (ver nota de formación) con
la revitalización del sentimiento de pertenencia nacional por parte de muchos
que lo estaban perdiendo. Por supuesto, esto por sí mismo no es sinónimo de un
despertar masivo de conciencia revolucionaria… pero sí es lógico y posible
inferir que al menos en un porcentaje de nuestros compatriotas haya hoy un
escaloncito más de compromiso hacia lo político, lo social, lo que nos hace
sentir parte de un todo. Sin esa base sería el doble de difícil construir una
opción revolucionaria, socialista. Como muestra vaya el ejemplo de Augusto
Sandino en Nicaragua.
Sin embargo, es propio separar la paja del trigo en
toda esta cuestión nacionalista. No podemos caer en el facilismo de atacar una
realidad objetiva como es la pasión que genera el futbol en Argentina. Lo que no
se puede dejar de analizar es cómo influye la maquinaria de medios de
información que agitan con propagandas, informes, programas, publicidades y todo
tipo de estímulos para exacerbar esta fiebre mundialista. Si bien la gran
mayoría miramos los partidos por el amor al deporte, las pisadas, el toque y los
goles, no debemos olvidar que es un circo montado básicamente por Adidas,
Coca-Cola, Fly Emirates, Hyundai, Sony y Visa, socias de una federación que
opera en todo el mundo como es la FIFA. Federación a la que no
le importan los pueblos, los humildes, y hasta el deporte, ya que la pelota es
hoy el sujeto del negocio que convierte a hombres, como Messi, en marcas, en
productos de comercialización y venta de otros productos.
El nacionalismo, para la burguesía, es un elemento
esencial para aplacar la lucha de clases. Explotados y explotadores “unidos”
bajo los mismos colores. Los ricos gritando y luciendo la camiseta de hombres
salidos de las barriadas más humildes, como los es Carlos Tevez al igual que la
gran mayoría de los futbolistas, pero que hoy no merecen ser encarcelados o
ferozmente reprimidos, merecen respeto porque ganan millones y juegan en las
ligas más importantes del mundo. Incoherencias de una clase dominante, que
impulsa un sistema de explotación y nos trata a las mayorías como estúpidos. Pan
y circo, diversión como dijimos en una anterior publicación, que sirve para
tapar una realidad que desborda, una injusticia cotidiana que golpea a los
sectores más empobrecidos de nuestra sociedad.
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